A veces hace
falta poco para quedarnos paralizados de terror.
Esta historia sucede en una ciudad llena de casonas de
fines del siglo XIX, construidas por
familias de gran poderío económico para pasar sus veraneos en este paraje o para quedarse a vivir en ellas.
Unas cuantas habían perdurado en el tiempo salvándose
de la demolición. Entre ellas, una hermosa casa colonial, una mansión parchada
por sus nuevos dueños con un estilo extraño, una lúgubre casona caracterizada
por sus palmeras, un pequeño castillo de construcción singular y otras salvadas
a medias, cuyos terrenos se habían
vendido y quedaban encerradas por loteos, perdiendo así el espacio que
destacaba su belleza.
Todas estaban cargadas por un denso misterio,
producido por las historias de vida que se habían desarrollado y que solo los
antiguos habitantes conocían.
Allá por año 2000, Manuel, Soledad y Ramiro debían filmar un corto para aprobar una etapa
de su carrera de cine en la universidad. Ellos tres constituían el grupo entero
y cubrían múltiples roles en la filmación: la producción, dirección y
actuación.
Como habían elegido un tema de terror- sabemos que los
jóvenes encuentran siempre muy atractiva esta temática cinematográfica- y
Soledad conocía un poco sobre la historia de las antiguas casonas, eligieron El
Castillo para desarrollar su trabajo.
Una vez obtenidos los permisos y sorteando
dificultades varias, algunas provenientes de su pobreza de estudiantes,
lograron tener el castillo a su disposición.
De verdad, todo ayudaba en ese lugar a crear un clima
tenebroso. Comenzando por los muebles de
la sala principal, que ningún pariente se había llevado, tal vez por ser altos,
oscuros y con imágenes amenazadoras de vampiros en relieve…Había allí, aparadores
inmensos y sillones de respaldos altos.
En el piso superior también encontraron algunos
roperos de tres metros de altura con espejos biselados…
Una niebla inexplicable flotaba en esas habitaciones.
¿Era humedad o polvillo de años?
Soledad creyó ver una imagen en el espejo y trató de
enfocar la mirada. Sí, era un niño rubio con un flequillo tupido que reía a
carcajadas pero sin ruido, detrás de ella.
Se dio vuelta pero en realidad estaba sola. Un
escalofrío le corrió por la espalda.
Comenzó a sentirse paralizada. Las piernas no le
respondían.
Ramiro le anunciaba desde arriba que había llegado a la terraza y que
le costaba descender por la escalera caracol, ya que se iba destruyendo a
medida que bajaba.
Manuel ya había desaparecido dentro de un ropero, sin
dejar rastros.
El momento se ponía denso…
Desde su inmovilidad escuchó la llamada de Manuel
desde abajo, entonces a Soledad le volvió el alma al cuerpo, movió un pie,
movió otro y comenzó a bajar por la escalera destruida. Su velocidad de bajada
aumentó hasta llegar con rapidez a la planta baja, mientras hablaba a los
gritos con sus compañeros para darse valor.
Manuel develó su misteriosa desaparición. Había
encontrado un pasadizo con una escalera de piedra cuya entrada estaba
disimulada dentro del ropero.
Pero el corto debía filmarse. Había que presentarlo
para aprobar la materia.
Hicieron reunión y decidieron relacionarse
positivamente con los fantasmas. Un niño, hasta ahora.
Los muchachos no creían mucho lo que había
experimentado su compañera. Más bien les parecía una broma. Soledad tenía un
alto sentido del humor y a veces se pasaba con los chistes.
Salieron al jardín a tomar aire y a seguir
inspeccionando. El predio tenía una rotonda con una fuente y un parque lleno
de palmeras antiguas. Bajo sus hojas
crecían grandes cascadas de helechos y aunque todo estaba abandonado, todavía
persistía la belleza del diseño original.
Observaban desde el portón de entrada y tomaban
fotografías del edificio para decidir la mejor toma, cuando tres niños rubios
asomaron por los huecos que hacían el borde de una de las torres.
Otra vez, pensó Soledad, otra vez… y los saludó con la
mano, total que estaban lejos. — ¡Hola chicos! —Gritó, y sus compañeros se
dieron vuelta mirándola extrañados.
¿Solo ella los veía?
Entonces se le ocurrió preguntar a la vecina de enfrente
que no se perdía ningún movimiento de los estudiantes desde el primer momento
de su llegada, queriendo saber de antemano qué hacían ahí, en esa propiedad
abandonada.
La mujer, pequeña y arrugada, les contó que una de las
últimas familias que había vivido en el castillo tenía tres hijos hermosos: dos niñas y un
varón. Estos niños eran ahora gente mayor y vivían en diferentes lugares del
mundo.
Por casualidad… ¿eran unos niños muy blancos, rubios y
con grandes flequillos? preguntó
Soledad. —Sí —dijo la anciana—eran así, además de muy hermosos.
Soledad dedujo entonces que los espíritus eran de
seres que estaban vivos, pero que volvían en sus sueños a este lugar donde
habían sido absolutamente felices, a pesar de que sus padres vivían tal vez de
prestado en el castillo de un familiar y sus hijos no tenían demasiado más que su
amor. Este sitio les habría dado la posibilidad de vivir innumerables
aventuras: había sido su paraíso.
Esa noche, ninguno pudo dormir. Tenían un permiso por
tres días y trabajaron a mil por hora, con precaución y respeto por todo lo que
allí había quedado, objetos testigos de vaya a saber cuántas vidas y
generaciones.
El cortometraje de terror quedó terminado con la
actuación de Ramiro. Y aunque la historia no quedó tan perfecta, permitió que
aprobaran y siguieran tras el título de técnicos audiovisuales.
Los espíritus no volvieron a aparecer, pero… todos los
emprendimientos para poner en marcha el edificio fueron fracasando uno por uno,
como lo venían haciendo desde hace varias décadas atrás.-