domingo, 14 de septiembre de 2008

La noche de los pavos reales.




Si los días de Marta María son muy agitados, aunque la mayor parte de su vida ha abierto sus ojos al mediodía, lo moviditas que son sus noches, para qué les voy a contar.
Evidentemente no es la única que pasa esas noches tan enloquecedoras como suelen ser las horas diurnas de los más trajinados días. Es toda una generación de padres la que sufre los embates de los horarios nocturnos que están de moda para salir a fiestas, a los boliches o a cenas juveniles y para recibir visitas eternas de novios.
A Marta María le gustan las tareas fuertes y extrañamente masculinas, como arreglar jardines gigantescos, limpiar y pintar piletas, hacer grandes mudanzas, pintar juegos enteros de muebles…Pero también es de las que gusta dirigir todas las tareas pequeñas, cotidianas y tan necesarias, dando órdenes a diestra y siniestra desde una silla, y sin movérsele una sola pestaña. Lo verdadero es que llegada la noche, Marta María se alista para muchísimas actividades que luego podrá hacer a medias dado el agotamiento acelerado que carga y que además, le ocasiona un gran malestar, inmediato, en su carácter.
Marta María está casada con un notable notario, llamado Elcíades, nombre este de reminiscencias brasileñas, al cual le gusta cocinar, disfrutar de la buena vida, y de las oportunidades que ésta le pone en la punta de la nariz, las que no puede dejar pasar sin aprovechar.
Ambos son” gente de amplios y variados mundos”
Tienen dos hermosas hijas, Coti y Bella que pertenecen al jetset de la ciudad.
También poseen dos pequeños retoños, Michaela y Fermín quienes todavía no pertenecen al jetset. Por lo que “pintan”, Michaela seguramente será actriz famosa y Fermín, ejercerá cualquier profesión, pero será muy conocido también.

La noche de los pavos reales no tendría nada que ver con ésta que les voy a narrar. Pero algunas conexiones extrañas hacen que pueda aplicarse el nombre de una solitaria noche entre el faldeo de las sierras y el lago, donde los pavos reales nos estremecieron con gritos desconocidos para nuestro haber cultural, a una noche transcurrida en un barrio elegante de la ciudad de Córdoba.

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Por qué recuerdo esto en forma paralela, cuando Marta María me cuenta la noche que ha tenido que pasar, con los ojos enmarcados por unas levísimas ojeras… no lo sé, relaciones profundas del subconsciente, para psiquiatra diría alguna amiga mía.


-Vos sabés que tuve un día agotador, porque me tocó todo ese traslado de muebles recién retapizados y yo atrás en la chata sosteniéndolos para que no se arruinaran y respirando todo el gasoil… (Esto solamente lo puede hacer ella). Pero la noche ¡ fue de terror! Primero el pendejito que andaba como loco de un lado a otro sin parar hasta que lo metí a bañar. Esperar. Hasta bien tarde, que Coti se fuera a cenar con sus amigos. A esta hora recién logro ver mis mails, me voy finalmente a la cama y ahí, cuando empiezo a conciliar el sueño, a Bella la empiezan a llamar por teléfono, es el novio que está medio peleado, hasta que tiiimbre, tiiimbre, llega el novio, apago el televisor o no lo apago, escucho o no escucho y siguen peleando a los gritos en el living, luego mamá me voy a tomar un helado y ya son como las tres de la mañana y la alarma sin poner. Vuelve Bella, se va el novio. Pongo al fin la alarma. Ruidos de Bella cuando se acuesta y se cepilla los dientes, se hace gárgaras, tira los zapatos y cierra los cajones y puertas sin piedad. Silencio absoluto. Elcíades comienza a roncar con el estruendo que nadie, ni siquiera sus amigos, puede soportar.
Tiiimbre doble, puto timbre que suena dos veces cada vez y Coti abre sin que pueda sacar la alarma a tiempo, ya que Elcíades manotea dormido el control y toca lo que no es y la alarma pánico empieza a reventarnos los oídos. Por supuesto, ahí nomás el teléfono, la vecina que tiene encargado llamarnos cada vez que suene la alarma
Silencio al fin.
Absoluto.
Pasan unos diez minutos. Aquí es cuando el gato del vecino que ha esperado con paciencia que todo se calle y se apaguen todas las luces comienza a maullar con su maullido de gato calentón que quiere a mi gata alzada, “ a ver quién se encarga de llevarse esa gata y tirarla por ahí donde no pueda volver más"” se queja Elcíades levantándose de un salto para poner en marcha la estrategia de la persiana levantada y cerrada en un golpe brutal y yo imagino por el tono de voz que ya llegó al límite de su aguante, pero el gato sigue insistente con su maullido horrible, entonces vuelve a levantarse para buscar el sifón- plan B- y dispararle desde la ventana, santo remedio, al gato se le pasa la calentura. Silencio.
Los párpados me pesan como si fueran los de un elefante sobre mis ojos.
En la inmensidad que se produce cuando uno se está hundiendo en el sueño se escucha el “quiero yoguuuuuur” de mi malcriado hijo menor, se levanta Elcíades para atenderlo, vuelve Elcíades y cae dormido al instante, otras vez los ronquidos que hacen temblar las paredes… ¡quiero dormir! y lo logro…por poco…, porque suena el despertador, ahora debo levantar a Michaela para ir al colegio y acá estoy después de esta mañana agotadora con tanto calor y haciendo trámites.

A esta altura no sólo he recordado aquella noche de verano en el medio de las sierras, sino también, por misteriosas conexiones mentales, cuando con mi marido hemos sido unos verdaderos pavos reales pasando noches en vela por las salidas nocturnas de nuestras hijas, hacer la guardia, poner el despertador para irlas a buscar a cualquier hora de la madrugada, poner la alarma, sacar la alarma, ver si llegaron, si no llegaron, si está el auto, si se fue el novio, aguantar los llamados de sus múltiples amigas a partir de las doce de la noche, aguantar a que empiecen a cambiarse y a funcionar a full los secadores de pelo a la una AM y que vengan las amigas a vestirse y a maquillarse en casa, esperar que salgan de bailar muertos de frío en el auto, esperar en el bar leyendo el diario del recién iniciado día, minutos que parecen eternos en un tiempo de otra dimensión, pero quién le dice algo a Marta María, quien le dice que con el tiempo el sueño se te va haciendo pesado y ya no escuchás nada más, quién le dice, pobrecita, en esas condiciones y que aún sigue hablando, comenzando a enumerar todo lo que le falta hacer después, tan cansada, quien le dice, que ya ni siquiera tiene fuerzas para escucharme.

Deambulando por la cuarta dimensión



Llegamos de a dos a la vieja estación de trenes que estaba recientemente restaurada como así también las vías y los trencitos -llamados antiguamente "coche motor" y ahora "Tren de las Sierras"
Todavía no había una buena senda para los peatones y sí había numerosos guardias privados, demarcando los senderos y las actividades.

Unos cuantos empleados con sus computadoras en varias oficinas absolutamente despojadas de cualquier adorno o cartel informativo; el tren ya listo en el andén para salir.

Habíamos llegado temprano. Sólo había un muchacho pelirrojo, vestido prolijamente que aparentaba ser alguien esperando al igual que nosotras y que nos hizo el favor de sacarnos unas fotos, casi sin hablar, sólo sonriendo, cuando había llegado la otra mitad del grupo.

Las cuatro viejas damas estábamos alborozadas de emprender esta aventura, de andar nuevamente en tren, después de muchos años sin este servicio.

A las cinco en punto, el maquinista dio la orden de salida, sonó el silbato, subimos al único vagón habilitado junto con otras tres señoras grandes que estaban tan entusiasmadas como nosotras, sobre todo una de ellas cuyo padre había sido ferroviario.


El paisaje se veía diferente desde la vía que estaba bastante más baja que el camino en relación al terreno circundante.
Bosquecitos de siempreverdes invasivos, que nacen como yuyos en las laderas ...
La vegetación, que parecía  más abundante que  la del borde de la ruta provincial E-64 que pasa por La Calera, Dumesnil, Saldán, Villa Rivera Indarte y Argüello.

Los ranchos, los niños saludando al tren en las estaciones, las antiguas casonas, algunas en demolición, donde a principios del siglo pasado veraneaban algunas familias destacadas de la ciudad de Córdoba.

 Bordeamos el Suquía, lleno de algas sospechosas hasta llegar a la desembocadura del arroyo de Saldán donde las aguas mejoraban considerablemente.

Fuimos reconociendo los caseríos antiguos, los clubes, los barrios hasta llegar al final del recorrido.

El tren se inclinaba demasiado en algunos tramos y las ruedas hacían ruidos alarmantes durante casi todo el camino. Pero la alegría superaba al temor y se hacía cosa en el abanico de puntillas que una de nuestras compañeras había sacado de su cartera en un rapto de recrear el pasado, mientras hacía más respirable el aire. Cabe decir que las ventanillas del tren no se podían abrir y no había aire acondicionado en funcionamiento.

Igual llegamos, con entusiasmo, al Gran Centro Comercial frente al Superdomo Orfeo . Para esto debimos cruzar- arriesgadamente- un paso que unía el ferrocarril con el complejo. Los autos no se detenían. Y un conductor iracundo nos mandó "al asilo" en una vociferada desde la ventanilla de su vehículo violento.
Al fin, pudimos sentarnos  en  un famoso local de comidas para tomar  café con generosos sandwiches y respirar entre emoción y emoción.
Les dije: qué tarde tan buena, estoy feliz ... y en ese momento no sabía por qué.
Después de charlar horas, visitamos la Galería de Arte del lugar, vimos un video sobre Malanca e intercambiamos datos y opiniones sobre este artista y otras obras.
No sé por qué ...será que me preguntaron si yo había expuesto alguna vez, que me vinieron a la memoria hechos que había olvidado por completo sobre mi época en la Escuela de Artes de la UNC: la rebeldía de aquellos años... por ejemplo: no haberme presentado   a la entrega de diplomas de mi promoción, haber expuesto una instalación en los finales del  año 1969, en el Museo Genaro Pérez; haberme presentado en la Feria de los Desconocidos, o no haberme presentado según los sentimientos fluctuantes de aquellos días.

Esa tarde fue el punto de partida.

Hicimos planes para organizar tardes culturales, donde una de las integrantes nos haría ver óperas y ballet de gran jerarquía bajadas de Internet por ella misma, tomaríamos el té a la inglesa (es decir con demasiados bocaditos para acompañar) y además de compartir el momento, organizaríamos idas al teatro para ver en vivo y en directo, obras de este tipo.

Entre tanta charla se nos hizo de noche. Como ya no había tren de vuelta, alquilamos un taxi entre todas.

Nos despedimos con el sentimiento de que estos momentos serían inolvidables.

Evidentemente ese había sido un viaje al pasado y era un punto de partida hacia el futuro, como me di cuenta al despertarme al otro día.

Cuando salté de la cama vi con claridad lo que significaba ese encuentro: se formaría un grupo de entretenimiento y amistad para muchas mujeres jubiladas de la docencia, y de otras profesiones, viudas, solteras "desde siempre" y tal vez alguno que otro amigo jubilado. 

Estos encuentros no son casuales, pienso mientras siento que se renuevan mis ganas de trabajar y de llegar a cumplir tantos objetivos, esos, que me parecía se iban a quedar en el camino.

Siempre con ese miedo de que nos queden cosas sin hacer, como aquellas que se nos caen a veces de las manos y que perdemos, dándonos cuenta cuando ya es demasiado tarde.

Al grupo le pusimos "Veladas Paquetas", riéndonos de nosotras mismas y de nuestros gustos.

Mis tres amigas me acompañan hoy desde otra dimensión.

El grupo se reunió por más de 10 años y tal vez, habiendo desaparecido hace poco  su conductora, aún  continúa.

*: El Tren de las Sierras de inauguró el 2 de julio de 1889. Se clausuró en 1997 y se volvió a poner en marcha en el año 2007.
Hoy es el medio de transporte más folklórico y barato que tiene la provincia de Córdoba.
Los paisajes que recorre son bellísimos. Mejor viajar en invierno y estar atento a los horarios