martes, 26 de mayo de 2009

Tirando del hilo de la memoria.



Siempre que con mi memoria vuelvo a la niñez me refiero a mi reinado de cinco años exactos donde fui el centro de atención de toda la familia, como primogénita hija de primogénitos, hasta que llegó la ternurita de mi primera hermana que nació para el estrellato y para deslumbrar de tal manera que ella fuera siempre el centro de la cuestión, desde ese momento y para siempre.
Imagino en ese breve reinado, la competición de mis abuelos por ser el más aceptado por la primera nieta, la desesperación de mis dos tíos jóvenes por llamarme la atención con sus cachivaches. Uno de ellos, mi padrino, fue casi como una madre en los primeros meses de vida, y siempre mantuvo vivo su cariño por mí a través de los años. Y a quien, a pesar de la lejanía y de mis numerosas ocupaciones tuve la dicha de poder visitar en sus últimos días.
Me veo bailando sobre la mesa del comedor con toda la alegría de quien recibe los halagos y los aplausos desde los corazones de su familia.
Hablando de corazones, recuerdo que había un rito, cuando nos sentábamos a la mesa: nos tomábamos de las manos y levantábamos los brazos gritando arriba los corazones.
Estuve un poco sola esos cinco años. No sé si me costaba entretenerme, tenía todo un mundo por descubrir y también varias personas mayores a quien desesperar con mis ganas de hacer todo lo que ellos hacían.
Mi padre era una figura de bondad, paciencia y seguridad. No había cosa que no pudiera solucionar con su buena voluntad y creatividad, siempre procurando nuestro bienestar.
Estaba bastante celosa de mi madre que era hermosa, rubia y de ojos celestes. Tenía una figura muy linda y yo me sentía una pulguita morocha y de ojos negros, igualita al papá, según decía la gente.
Me gustaba tanto cantar y bailar. Y cantaba sí, pero en un inglés inventado, impostando la voz como si fuera una artista sexy de un musical de Hollywood.
La música me hacía subir al cielo. Me sentaba en el piso, con el oído pegado al combinado, cuando mamá ponía su colección de discos de música clásica y era seguro que terminaba con los ojos llenos de lágrimas de tanta emoción.
Era aburrido estar sola. Cuando no se podía salir al jardín me pegoteaba al tablero de dibujo donde trabajaba mi padre y él, para mantenerme entretenida me daba lápices y papeles y a veces, la máquina de escribir- una Remington de teclas redondas- que aprendí a manejar sin problemas y en poco tiempo, porque me fascinaban sus mecanismos sencillos y numerosas palancas y palanquitas.
Jugaba con todas esas cosas que suele coleccionar un geólogo y también me mandaba mis buenos desastres invariablemente. Desparramaba las colecciones de puntas de flechas que mi padre había recogido en sus viajes por el país y con las colecciones de piedras semipreciosas y de las otras hacia puntería en las rejillas del baño.
Había un pequeño problema de Edipo, seguramente, porque hubo un día en que estábamos alojados en un hotel de Villa Allende, uno de esos viajes de negocios de mi padre, y yo desaparecí por completo. Tendría escasamente tres o cuatro años.
Mientras mis padres, desesperados, corrían buscándome por todo el hotel, yo estaba muy entretenida dentro del placard, aspirando el perfume dulzón a flor de manzano y cortando en forma de flecos, los ruedos de los sedosos vestidos de mi madre, con una tijerita de viaje.
Ahora que tironeo de mi memoria creo que fui una niña rebelde desde que nací, pero la vida me fue amansando despacito y a la fuerza, ya que por competir con la simpatía de mi hermana tuve que esforzarme por ser buena alumna y buena hija en lo que estuvo a mi alcance.
De quién saqué: la rebeldía, el hacer cosas para comprobar qué pasaba, probar a la gente, comprobar los sentimientos, no dejar nada sin hacer… Creo que de mi madre, la imagen insuperable para mí.
Hoy que tengo la seguridad de que nadie es perfecto, puedo decir que mi madre fue requerida por mí en la niñez, juzgada en la adolescencia y en la juventud, perdonada en la adultez, amada y admirada en mi edad madura, y aún su figura sigue siendo inalcanzable, aún... todavía.

4 comentarios:

Silvia Giordano dijo...

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Taller Literario Kapasulino dijo...

Que bello texto... Me llevaste a mi niñez...
Me encanto!

Bea Candiani dijo...

Muy emocionada con la propuesta Silvia Beatriz. Muchas gracias.
Abrazo

Bea Candiani dijo...

Bueno es que mis textos sirvan para que otras memorias vuelvan a florecer.
Un beso y te espero siempre por aquí.