domingo, 24 de febrero de 2013

Vida de perros

En memoria de Laika



No sé cuando comenzó mi obsesión por los plumíferos. Quizás fue la primera vez que salí al jardín, oliendo su rastro, enloqueciendo…

He nacido guardiana. Innumerables riesgos acechan las vidas ajetreadas de mi gente.
¿Y si no fuera por mí? ¿Quién?

Los plumíferos son peligrosos; lo llevo escrito en mis genes milenarios.
Los plumíferos son poderosos, para ellos no hay fronteras.
Se me erizan los pelos de la nuca y del lomo cuando los veo. Corro persiguiéndolos y de vez en cuando los atrapo. Entonces festejo frotándome la espalda con sus plumas, las cuatro patas volando en el aire, el cuerpo rodando de un lado a otro sobre la suavidad plumífera en este loco ritual que me he inventado. O los llevo en la boca como trofeo exquisito mientras corro en círculos cada vez más rápido.
Es cierto que a veces me llevo puestos los muros del jardín, porque el enemigo vuela muy alto y en el afán de seguir su trayectoria sólo miro hacia arriba y… choco.
La verdad es que todo lo que vuela me vuelve loca. Los insectos que revolotean a mi alrededor y no respetan territorios ni tranquilidades ajenas. Peligro, peligro, peligro, doy tarascones al aire tratando de alejarlos de su paso y salto mordiendo la nada con un chasquido.

También me desesperan los gatos contemplándome provocativos sobre el filo del tejado o caminando lascivos sobre el muro. Y yo soy pequeña pero ladro con carácter y decisión para espantarlos y con la esperanza de confundirlos para que pongan mal una pata y caigan en mis fauces.

No entiendo como mi gente no escucha ni huele los peligros circundantes. Por ejemplo, los sonidos de las pisadas extrañas o los olores que se cuelan a través de las puertas prohibidas.
¡Me preocupa su seguridad!

A veces los escucho decir: ¡Esta perra es histérica!
¿Por qué me sentencian? Yo trato de no escucharlos y prefiero memorizar sus caricias ligeras y sus miradas mansas cuando pasan a mi lado, cuando buscan mis ojos con sus ojos, cuando me dicen: Hola Laika.

Ambientes de la casa: la cocina





Cuando pienso en una cocina, todavía queda en mí un pensamiento residual y ancestral de fogón, de cosa rústica, de cerámica, madera y también de hierro.
Cuando veo los diseños de ambientes para cocinar que están de moda, me parece estar observando quirófanos resplandecientes de metal.
Adivino quiénes fueron los primeros en inventar este estilo… ¿hombres asépticos? ¿Hombres maniáticos del orden…?  Mmm…juraría que mujeres no fueron.
Adivino los conceptos que les dieron origen, por ejemplo:
  •          Que no parezca que estoy en la cocina
  •         Que  parezca que estoy en… ¿dónde? ¿En  un no lugar? ¿En la recepción de un hotel? ¿En el living?
  • ·       Hagamos de cuenta que no estoy cocinando, esto no es una heladera, esto no es un mueble de cocina.

Luego pienso que entre los hombres comunes y corrientes hay varios tipos de cocineros: aquellos que usan el doble de utensilios que nosotras para hacer la misma comida y los otros que comerían sobre un papel con tal de no ensuciar nada y que por esa misma razón, toman de la botella, meten el dedo en el tarro de dulce, y toman bocaditos de todo lo que encuentran usando la función prensil de los dedos, que nos distingue de algunos monos. Bueno, estos no fueron los inventores del estilo en cuestión.
Dentro de los excesivamente ordenados están los que no cocinan por no desordenar. Abren los paquetes con la precisión de un bisturí y los cierran casi herméticos con varias cerraduras de refuerzo. Usan el mismo jarro para hacer cualquier cosa y lo lavan y lo vuelven a lavar. Son amantes de las picadas porque así se hace menos lío.
Y ni que hablar de los que desaparecen cuando es el momento de lavar los platos, ya que  para esta tipología de especímenes masculinos es una especie de tiempo peligroso para su hombría. Por eso el “andá a lavar los platos” es el insulto más usado cuando las mujeres que van al volante cometen algún pequeño error por las calles.
Bueno, esto parece fuera de época, pero hete aquí que algunas de nosotras todavía no gozamos del beneficio de un lavaplatos automático. Así de desparejo está el mundo. Por qué será que nos resistimos a la compra de este artefacto, ¿todavía no es imprescindible? O será por eso del contacto con el agua al que se refería una amiga mía que cuando estaba muy estresada se iba a lavar alguna ropita a mano y santo remedio…Aunque para esto hay una ley que funciona muy bien y que se aplica en mi casa:" el que cocina, no lava"
En fin…volviendo al tema, que estas cocinas de diseño minimalista suelen no usarse casi nada, como sucede en muchas casas de country donde sus habitantes no tienen tiempo de cocinar y recurren en forma permanente al delivery.


Contaminación auditiva: El otro…¿me importa?



 Atender el celular en sitios públicos   


En diversas ocasiones he buscado un sitio apartado de la sala de espera, donde aguardar tranquilamente el turno para la consulta médica, leyendo un libro o escribiendo alguna cosa.
Hete aquí que se sienta un señor mayor y celular en mano describe durante 15 minutos todos los estudios que le han hecho y sus resultados a viva voz. Luego se acerca la secretaria, se sienta a su lado y le comienza a dar la coordinación de turnos para salir de la encrucijada, también con voz clara y alta.
Sucesivamente - ¿se pondrán de acuerdo? - van apareciendo otros pacientes en la sala de espera que arreglan variados asuntos enterándose  todo el mundo y no dejándome concentrar en mi agradable tarea. Ni hablar de los que van y vienen  por los pasillos, perdiendo el rumbo correcto por estar sumergidos en el tiempo y en el espacio de las comunicaciones.Bueno, los bancos ya lo prohibieron pero en otras instituciones la cosa sigue sin control.
Por ejemplo en el gimnasio, templo sagrado de paz y esfuerzo concentrado.
Aquel que ha permitido atender el celular en el gimnasio, no ha sabido en qué infierno nos ha puesto a los que adoramos movernos al ritmo de la música sin ninguna otra distracción.
O tal vez,  ni se le ha pasado por la mente el problemita de escuchar llamadas varias donde se arreglan negocios, porcentajes, pagos y no pagos, horarios, problemas domésticos y otros llamados sobre temas insignificantes, que no conducen a ningún punto urgente. Mientras quien atiende el teléfono da vueltas en grandes círculos por todo el gimnasio… ¡Dios! ¡No me quiero enterar! ¡Y además de la charla… me mareo!
Tan fácil que sería atender la llamada en el hall y no en el salón donde acaban con la paciencia de los que queremos  paz.
Además, por alguna razón tecnológica, la mayoría de la gente que habla por celular no tiene dominio del nivel de voz que emplea y habla muy alto. Tampoco tiene la educación para respetar el espacio silencioso de los demás y contamina…contamina.
Recuerdo un día que subí al ómnibus muy cansada y además debía leer para un examen. Tuve que escuchar toda la narración de la agonía de un amigo de la pasajera contigua a mi asiento mientras hablaba  por su celular… ¡qué castigo!
Dejo de lado que haya amigos que se reúnan  en algún sitio para pasar un rato juntos y no hablen entre ellos porque están prestando atención a sus celulares de última generación que no cesan de enviar cosillas, no.
También es imposible ya acallar los llamados en todos los estilos musicales y sonidos en la gama que va desde la tradicional campanilla del teléfono antiguo hasta ese tintineo que hace recordar al Hada Campanita. Pero ese es otro punto de discusión…