Se los había dicho muchas veces. Qué ganan con seguir
haciendo casas aquí en el valle, todos amontonados. Yo me quiero ir a vivir a
la punta de la loma. Ahí, bien alto, porque la altura es salud. El smog queda
abajo, las malas ondas y el peligro también.
Porque lo que no me
dejaba dormir era el riesgo de inundación.
Lo había soñado varias veces. Los viejos caños gigantes que
bajaban del dique con la gran pendiente necesaria para generar electricidad,
que desgastados y perforados por los años, largaban pequeños chorros de agua por todos
lados en divertido espectáculo... Esos, iban a ser la causa de la inundación.
¡Ahh siempre pensando
en negativo, “Katrina Come Back” ! Me
decían todos los de mi familia, por mi pensamiento catastrófico.
Ahora que por lo menos muchos habían podido resguardarse, la
gente de Defensa Civil me apuraba para
que dejara la casa porque se venía lo peor. Ahora... al peligro intuido se agregaba la lluvia torrencial que no paraba y la sospecha de que el dique tampoco iba a aguantar: ¡una megacreciente!
Yo tenía preparada una caja con un rótulo: Supervivex. Tenía
herméticamente encerradas varias cosas útiles, según mi criterio.
Un libro de supervivencia, yescas, cajas de fósforos, una
navaja suiza, semillas de varias clases: de hortalizas y de frutales, de enredaderas,
de flores y diversos tipos de aloe; agujas de tejer y de coser, un sobre techo
de carpa, pilotos doblados en forma diminuta, fotos seleccionadas de la
familia, rotuladores indelebles, hojas de papel, cajas de variados remedios, pastillas para
transformar el agua en bebible y
chocolates.
Supervivex era mi objeto secreto y al menos, nos permitiría
sobrevivir en el medio de un desastre.
Debía alcanzar esa caja. Esperen solo un momento, dije y me
agarré a una silla que ya flotaba a la altura del mueble sobre cuyo techo
estaba guardada. Qué suerte que yo colecciono de todo y tengo todo previsto, pensé.
Sentí en el mismo momento que Julita gritaba: ¡Mamá qué haces, vamos!
La caja, alcancé a
decir mientras manoteaba el techo del mueble de la cocina.
¡Ahí no hay nada, la
tiré hace rato!- advirtió Julita.
Entonces viendo flotar el estuche cerca de mí, pensé: Como
no es el fin del mundo, me llevo la guitarra. Y salí por la ventana haciendo firuletes, nadando con un
brazo y empujando el hermoso estuche de
mi guitarra con el otro.
Mientras tanto el oleaje oscuro y denso nos iba empujando
rápidamente hacia la punta de una loma.-
Bea Candiani 2008
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