No sabía para qué lo había puesto en el lapicero, hasta esa noche.
Ya casi no llegaban cartas a los hogares, sólo alguna que
otra cuenta que a pesar de ser enviada por la red, era también llevada por el cartero
Pero igual había conservado el abrecartas. Una espadita afilada de plata, con cruces de nácar
incrustadas en el mango, que había
pertenecido, tiempo atrás, a
su querido padre.
No sabía para qué…hasta esa noche en que estaba escribiendo como siempre,
cuando se le apareció el uñudo, al pie de la ventana y
envuelto en una capa de niebla.
Uñudo: diablo
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