miércoles, 16 de marzo de 2016

DE FANTASMAS Y APARECIDOS




Hace unos cuantos años, en las vacaciones de invierno, viajaba a Río Cuarto para descansar del ritmo laboral y  de paso, corregir la pila de parciales que debía entregar cuando comenzaran de nuevo las clases.
Mi cuñada me otorgaba gentilmente un sitio en su casa que tenía muy organizada y con la debida paz como para lograr mis objetivos de descanso, paseo y corrección de exámenes, cosa que en mi concurrido hogar era casi imposible.
En esos días se festejaba el día del amigo con una reunión de aproximadamente 15  o más mujeres, sus  amigas. El festejo consistía en una gran tallarinada  o tallarinata casera con unas salsas maravillosas, caseras también, de chorizo y tomate, de champiñón y crema, etc.
Mi cuñada amasaba los tallarines en cantidades, otras traían las salsas, otras los vinos y otras los postres. Y como resultado disfrutábamos de una cena exquisita con risas y chistes femeninos, algarabías, narraciones de viajes y otros temas variados.
¡Qué hermosa reunión! La mayoría se retiraba después del café, agotadas por haber hablado hasta por los codos toda la  noche, además de haber comido como trogloditas, liberadas de la presencia de los varones.
Cuando quedaban unas pocas,  la conversación se volvía esotérica y comenzaban las historias de apariciones, encuentros de tercer tipo, etc. Como si fuéramos adolescentes alrededor de un fogón en noche de campamento.
Una de las amigas, de contextura pequeña y delgada era la que siempre tenía las historias más espeluznantes y se divertía  narrando con detalles, mientras nuestras mandíbulas descendían y descendían y comenzábamos a arrepentirnos de estar ahí.
Me consolaba pensando que  estábamos  escuchando estas anécdotas en el departamento, en pleno centro y no en el medio del descampado, que hubiera sido más impresionante aún.
Sacando la de los ovnis que aterrizaron en su campo y fueron avistados por todo Río Cuarto, la anécdota más espeluznante fue la del fantasma.
Leticia había comprado una finca, en las cercanías de la ciudad, con una construcción rústica y antigua que tenía el baño fuera del edificio.
Leticia  era de ideología marxista.
Una noche cuando salía para el baño, se le apareció el fantasma, una gelatina blanca  con forma humana;  vio que venía flotando hacia ella , entonces habiendo escuchado ya de esa aparición, se tapó los costados de la cara para mirar solo hacia el frente y cruzó repitiendo: Soy marxista soy marxista ... Luego tenía que volver a la casa y para eso utilizó el mismo método pero la cosa seguía acosándola.
Igual el encuentro con el fantasma trascendió y los amigos  incrédulos de su hija adolescente quisieron hacer una reunión para verlo, divirtiéndose por adelantado con el tema.
Y así fue que esa noche cuando estaban todos reunidos, a una de las chicas se le ocurrió ir al baño y el fantasma se le apareció. Aterrorizada, la chica entró a los gritos, despavorida, provocando una histeria general, donde entre más  y más chillidos, los adolescentes llamaban a sus padres por teléfono para que vinieran rápido a buscarlos. El desbande fue urgente y total.
Por supuesto la cosa no quedó ahí. Los nuevos dueños se informaron  con los antiguos pobladores del lugar y buscaron los restos de un hombre que decían estaba allí enterrado.
Otros sugirieron que debajo de esa tierra había un antiguo cementerio.
Si  los encontraron o no, no recuerdo, pero lo que sí recuerdo es que llevaron  a un cura para que diera una misa pidiendo por el descanso de las almas y así lograron que la aparición no se les apareciera más.
Este famoso cuento del fantasma y la atea  marxista me resultó maravillosamente divertido, por eso siempre que puedo, lo vuelvo a contar.-


Bea 2015