Hace unos cuantos años, en las vacaciones de invierno, viajaba
a Río Cuarto para descansar del ritmo laboral y de paso, corregir la pila
de parciales que debía entregar cuando comenzaran de nuevo las clases.
Mi cuñada me otorgaba gentilmente un sitio en su casa que
tenía muy organizada y con la debida paz como para lograr mis objetivos de
descanso, paseo y corrección de exámenes, cosa que en mi concurrido hogar era
casi imposible.
En esos días se festejaba el día del amigo con una reunión
de aproximadamente 15 o más mujeres,
sus amigas. El festejo consistía en una
gran tallarinada o tallarinata
casera con unas salsas maravillosas, caseras también, de chorizo y tomate, de
champiñón y crema, etc.
Mi cuñada amasaba los tallarines en cantidades, otras traían
las salsas, otras los vinos y otras los postres. Y como resultado disfrutábamos
de una cena exquisita con risas y chistes femeninos, algarabías, narraciones de
viajes y otros temas variados.
¡Qué hermosa reunión! La mayoría se retiraba después del
café, agotadas por haber hablado hasta por los codos toda la noche, además de haber comido como trogloditas,
liberadas de la presencia de los varones.
Cuando quedaban unas pocas, la conversación se volvía esotérica y comenzaban
las historias de apariciones, encuentros de tercer tipo, etc. Como si fuéramos
adolescentes alrededor de un fogón en noche de campamento.
Una de las amigas, de contextura pequeña y delgada era la
que siempre tenía las historias más espeluznantes y se divertía narrando con detalles, mientras nuestras
mandíbulas descendían y descendían y comenzábamos a arrepentirnos de estar ahí.
Me consolaba pensando que estábamos
escuchando estas anécdotas en el departamento, en pleno centro y no en
el medio del descampado, que hubiera sido más impresionante aún.
Sacando la de los ovnis que aterrizaron en su campo y fueron
avistados por todo Río Cuarto, la anécdota más espeluznante fue la del
fantasma.
Leticia había comprado una finca, en las cercanías de la
ciudad, con una construcción rústica y antigua que tenía el baño fuera del
edificio.
Leticia era de
ideología marxista.
Una noche cuando salía para el baño, se le apareció el
fantasma, una gelatina blanca con forma
humana; vio que venía flotando hacia ella , entonces habiendo escuchado ya de esa
aparición, se tapó los costados de la cara para mirar solo hacia el frente y
cruzó repitiendo: Soy marxista soy
marxista ... Luego tenía que volver a la casa y para eso utilizó el mismo método pero la cosa seguía acosándola.
Igual el encuentro con el fantasma trascendió y los
amigos incrédulos de su hija adolescente
quisieron hacer una reunión para verlo, divirtiéndose por adelantado con el
tema.
Y así fue que esa noche cuando estaban todos reunidos, a una
de las chicas se le ocurrió ir al baño y el fantasma se le apareció.
Aterrorizada, la chica entró a los gritos, despavorida, provocando una histeria
general, donde entre más y más chillidos,
los adolescentes llamaban a sus padres por teléfono para que vinieran rápido a
buscarlos. El desbande fue urgente y total.
Por supuesto la cosa no quedó ahí. Los nuevos dueños se
informaron con los antiguos pobladores
del lugar y buscaron los restos de un hombre que decían estaba allí enterrado.
Otros sugirieron que debajo de esa tierra había un antiguo
cementerio.
Si los encontraron o
no, no recuerdo, pero lo que sí recuerdo es que llevaron a un cura para que diera una misa pidiendo
por el descanso de las almas y así lograron que la aparición no se les apareciera más.
Este famoso cuento del fantasma y la atea marxista me resultó
maravillosamente divertido, por eso siempre que puedo, lo vuelvo a contar.-
Bea 2015